Lanas que me emocionan
Hoy he empezado el día con buen pie, hay algo que me ha emocionado y quiero compartirlo.
Casi por sorpresa me he topado con el frío (como siempre ocurre en Sevilla). Así que, como a mí el frío me encanta, me dediqué a buscar algo que ponerme para estrenar este día. Por su puesto esta búsqueda inicial en mi armario fue en vano (¡no soy nada precavida!) El frío siempre me pilla con ganas de coger el abrigo, pero también me suele pillar por sorpresa, y tengo que rebuscar algo en el armario que me haga salir del paso.
Rebuscando, rebuscando, apareció en el altillo del armario una bolsa oscura, que no sé la de años que llevará allí, porque al ser oscura y estar al final del todo del altillo… Además, delante de ella sólo estaba la caja con las sábanas de invierno. Creo que hace años que no miro detrás de esa caja (sólo la cojo para cambiar las sábanas de verano a invierno y viceversa).
Así que hoy la he sacado, esperando encontrar algún chal o algo que me abrigara, y casi me pongo a llorar al ver el poncho que me hizo mi abuela con una lana gustosa y la mar de calentita. Madre mía! hace muchísimo tiempo que lo ando buscando, y ya lo había dado por perdido.
Son de esas prendas de lana que te emocionan cuando te las pones, que te transportan atrás en el tiempo, a lugares diferentes… a mí me suele pasar eso mucho con lo que está tejido con cariño, y al volver a ponerme el poncho (para comprobar que aún me vale), me llevó al pueblo, a un fin de semana frío de invierno, donde mi abuela me probaba el poncho para asegurarse de que me cabía la cocorota por el agujerito que ella iba a dejar, mientras todos tomaban el café junto a la copa de cisco… (Es increible que tenga más de 20 años, eso es lo que hace una lana buena, que parece casi nuevo)
¡ay madre! Que hoy tengo el día sensiblón y me asoma la lagrimilla de nuevo!